Publicaciones de Estudiantes


Mario Germán Gil Claros
Titulo: Consideraciones en torno a la actitud filosófica en el sujeto moderno

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  INTRODUCCIÓN

“El discurso filosófico se origina por tanto en una
elección de vida y en una opción existencial y no
a la inversa”.
(…)
“…la filosofía es en efecto, ante todo, una manera de
vivir, pero que se vincula estrictamente con el discurso
filosófico”.

Pierre Hadot: ¿Qué es la filosofía antigua?

Se entiende por actitud filosófica una toma de postura frente al mundo, al saber, a la sociedad y a sí mismo. Es la actitud que asume quien busca “pensar por sí mismo”, al ser crítico frente a los supuestos que fundamentan a las sociedades y al sujeto. Formar la actitud filosófica es formar el hábito de “pensar por sí mismo”, tal como lo reza modernamente el lema kantiano; es fomentar el placer por el saber (del latín sabor), por la investigación al avivar el asombro (Aristóteles). En síntesis, es cultivar desde la actitud filosófica una vida práctica, que en el mundo antiguo se caracterizaba por unas tecnologías propias para su consecución, reflejadas en el arte de vivir en un ser que se gobierna a sí mismo, en un estilo de vida único, como llegó a formular Foucault en sus últimos escritos. Es decir, una ética y una estética de la existencia. En palabras de Werner Jaeger, Paideia (1997, p. 1031): “La obediencia del alma al logos es lo que llamamos dominio de sí mismo”.

Formar la actitud filosófica significa colocar como objetos de reflexión e investigación los supuestos con que trabajan las disciplinas y los participantes en el proceso educativo, estableciendo un puente entre el saber cotidiano y el saber de las disciplinas para que el proceso educativo sea vital y responda al contexto en el cual se desenvuelve en un saber-hacer. En otras palabras, es hacer del conocimiento y del proceso de enseñanza y aprendizaje un asunto de investigación constante en permanente cambio y actualización, en el cual el sujeto asuma por sí mismo los procesos que ameritan su transformación, en un mundo inmerso en procesos de globalización que exige de él desde principios autónomos, conocerse, cuidarse y gobernarse a sí mismo, en la constitución de una democracia que ha de tener al otro como referente de vida, de cooperación y de construcción de sociedades justas, disensuales y plurales.

¿Cuándo y por qué la actitud filosófica debe estar presente en el proceso educativo, ético y político? ¿Cuáles son las condiciones para su desarrollo? ¿Hasta dónde, en el impulso de la cultura en la cual se encuentra inscrito el sujeto, el ethos, la moral, la política, la libertad, la ciencia y la vida misma, esta presente la actitud filosófica? Son en esencia estos interrogantes, la preocupación y el derrotero sobre el cual gira este trabajo y de hecho conducen a revisar la filosofía de la práctica educativa, y por lo tanto reivindicar una nueva actitud reflexiva y crítica de la educación y del sujeto contemporáneo. Es decir, hoy la solución a los graves problemas que aquejan a la humanidad pasa por la mirada que se tiene del sujeto.

En el campo de la filosofía, la actitud filosófica aparece en la antigua Grecia, con sus más notables pensadores; y entre ellos se destaca Sócrates que ironizando la sabiduría de sus coetáneos les responde con una célebre frase, “Yo sólo sé que nada sé”, para conducir inductivamente su reflexión en la búsqueda del conocimiento de sí mismo. Encontrarse a sí mismo se logra a través del continuo indagar a sus semejantes, enfrentándose a otras opiniones para construir su propia visión del mundo: la verdad; desde luego, sin estar al margen de la ley, respetando las tradiciones y costumbres. En Sócrates el indagar concreta su actitud filosófica en la necesidad de educar a los jóvenes en el arte del diálogo y la capacidad de interrogar y reflexionar en la búsqueda de la verdad. Es, en esencia, la figura del filósofo maestro.
Siguiendo los caminos de su maestro, Platón fue otro notable de los antiguos que en el orden del conocimiento, orienta el indagar del individuo para deducir la verdad sobre el mundo de las ideas. Gesta ese gran instrumento metodológico: la dialéctica, con la cual recuerda la verdad. Indagar precede a todo tipo de actividad humana, pues para Platón, si bien es cierto el conocimiento está en el interior del hombre, éste pregunta porque no conoce y es menester encontrar la verdad con una actitud crítica frente a la opinión (doxa).
En este sentido, para Aristóteles la actitud filosófica como verdad es fruto del alma y de los hábitos como virtud; esta última la divide en arte, ciencia, prudencia, intuición y sabiduría. Las cuatro primeras son de orden práctico y la quinta es la excelencia, que se caracteriza por ser rigurosa y por tener experiencia, porque va más allá de los meros bienes humanos, va hacia el sentido y la verdad de todo principio, “pues así también la sabiduría produce la felicidad, porque siendo una parte de la virtud total, hace al hombre dichoso por su hábito y por su acto”, que se consuma en la obra que es la vida misma. La sabiduría es el fin y la ética el medio. La actitud filosófica vendría a ser una virtud o una disposición, que es un hábito acompañado de razón cuando se lleva a cabo. Todo esto nos permite decir que la actitud filosófica es la mejor manera de conducirse en la vida, que da un temple al estado de ánimo, una continencia que evita desfallecer, es fruto de una elección que es la norma recta en la vida, que está sujeta a reflexión en aspectos concernientes al saber y al vivir en comunidad.

La actitud filosófica se encuentra en hombres que:

1. Viven de acuerdo consigo mismos. Es la vida como obra.
2. Se afanan por hacer el bien en su vida práctica.
3. Quieren vivir y conservarse a ellos mismos. Es seguir siendo lo que se es.
4. Aman el saber.
5. Vuelven su vida un arte, son sus propios artesanos.
6. Reflejan en su vida el obrar y el pensar.

La obra, que es la vida modelada como acto, es amada y apreciada por el artista, pues lo más deleitoso y bien hecho es el acto mismo, es la amistad que se lleva a cabo con el saber, en nuestro caso la disposición de actitud hacia la filosofía, ya que todo hombre revela lo que él es por medio de la disposición que le permite asumir la vida como riesgo, pensarla distinto a como se la piensa y llegar a ser un creador. Es decir, rompe con la reproducción del vivir y del pensar como mera repetición.

En suma, la actitud filosófica es pensarse a sí mismo; esto lo hace la filosofía: piensa el pensar. La filosofía es objeto de sí misma, su mirada se vuelve íntima, para luego desplegarse en el mundo. Es decir, cómo desde la subsistencia, en nuestro caso el pensamiento filosófico, se asume la existencia filosófica, a partir de una actitud como ethos en cualquier momento de la vida humana. La actitud filosófica es una mirada (noeîn) espiritual, que es la actividad de la razón (noûs), órgano del cual se vale la filosofía para ver su propio pensar, sus ideas, su ser (Platón). Tal como lo destaca Danilo cruz Vélez Filosofía sin supuestos (2001).
Es pues, la actitud filosófica, un estado de existencia que nos convida a filosofar en la elaboración de un modo o estilo de vida propio (Foucault), en la que el sujeto juega un papel protagónico en su constitución por medio de unas técnicas pedagógicas y éticas, entre otras.
La presente reflexión, procura entre otras razones restablecer un verdadero diálogo entre la filosofía y el público, en lo que sería una filosofía práctica, como fue el esfuerzo realizado por Montaigne, que gozó de amplia receptividad en su tiempo. Además, se irá explorando qué es eso de la actitud filosófica y cuál es su importancia para nuestra actualidad, cómo ha incidido en la modernidad, qué papel juega en la educación, cómo el ethos es parte clave de ella, ante todo en la constitución de una voluntad dueña de sí misma, capaz de decidir a partir de sí misma, en lo que sería un verdadero sujeto autónomo de carne y hueso, no un sujeto formal que ha causado profundos desgarramientos en sí mismo, que Hegel había visualizado en su filosofía.

El texto se encuentra dividido en dos partes fundamentales: la primera titulada Filosofía y ética, la cual comprende un capítulo titulado: ¿Qué es la filosofía?, explorará desde una problematización contemporánea qué es eso de la filosofía hoy, qué nos puede decir y cuál es su estrecha relación con la ética, asumida a partir del ethos, que nos invita a tomar una posición ante sí mismo y ante el mundo en la elaboración de una actitud filosófica para el sujeto. La segunda, con el título: La actitud filosófica en el mundo moderno como forma de pensarse a sí mismo comprende los siguientes capítulos: el primero La moral kantiana y el principio de autonomía. Tal como lo señala el filósofo colombiano Danilo Cruz Vélez (2001), hablar de actitud filosófica en el mundo moderno es radicalmente distinto a como se asumía y se entendía en el mundo antiguo. El pensar filosófico inaugurado por Descartes nos conduce a un sujeto centrado en la razón, en el yo. En esta dirección, Kant va a jugar un papel clave en lo que sería la constitución del principio de autonomía moral y de libertad subjetiva para la modernidad, en la formulación de un pensamiento reflexivo y crítico, magistralmente condensado en su pregunta: ¿Qué es la Ilustración? que invita al género humano a atreverse a pensar por sí mismo, a ser el dueño de su propio pensamiento, principio de libertad reflejado en el imperativo categórico cuyo fin último es la humanidad. En esta dirección podríamos hablar de una actitud filosófica del hombre moderno, quien formula una postura de vida desde su pensamiento como sujeto autónomo y responsable de sí mismo. Es así como este capítulo pretende rastrear y fortalecer la formulación y fundamentación de esta actitud filosófica en el sujeto autónomo kantiano. El segundo: La ética de Kierkegaard. Entre Sócrates y Dios, destaca la importancia de la existencia y no del sistema en el pensamiento de todo sujeto, a partir de una decisión ética, en un diálogo interno, en el conocimiento de sí mismo (Sócrates), en el cual la filosofía se ha de convertir en la mediadora dialógica en el conocimiento del otro (Dios); permitiendo consolidar una actitud filosófica ante el mundo desde la existencia humana. El tercero: De la actitud natural a la actitud filosófica en el mundo de la fenomenología, pretende rastrear lo que es la actitud natural en la vida de los seres humanos y la actitud filosófica como algo que trasciende la mera posición de la actitud natural, en la búsqueda de sentido y significado en un sujeto con conciencia de mundo a partir de la fenomenología hursseliana. El capítulo está dividido en cinco grandes subtemas. El primero es un ejercicio de acercamiento de lo que es la actitud natural y filosófica. El segundo lo que es una fenomenología pura en la consolidación de una actitud fenomenológica. El tercero el papel que desempeña la fenomenología en las relaciones intersubjetivas. El cuarto destaca la importancia de la cultura en su transformación a través del ejercicio fenomenológico. El quinto aborda algunas consideraciones generales en torno a la fenomenología. El cuarto: El otro en mi horizonte de vida. Retomando la reflexión fenomenológica, la mirada y la intención que tenemos hacia el otro, implica una actitud de vida que va a generar múltiples consecuencias, no sólo para quien asume dicha intención sino para el otro. Es aquí donde entran en escena dos filósofos: Sartre y su postura fenomenológica del ser en el mundo y la idea del proyecto de vida para consigo mismo, en un ser condenado a su propia libertad a través del compromiso social. Lévinas, quien nos dice que el otro es un ejercicio de responsabilidad que asumo para conmigo mismo, una vez se cruce en mi horizonte de vida. El quinto: La actitud comunicativa en Habermas.El capítulo centra su atención en destacar la relación y el papel de la actitud comunicativa en la teoría dialógica de Jürgen Habermas. Para este propósito el escrito se ha dividido en dos subtemas, a partir de una mirada didáctica de lo que se pretende, centrado en el texto de Habermas: Teoría de la Acción Comunicativa.2 tomos (1999). Asimismo, un último subtema que recoge algunas consideraciones respecto a la teoría de la acción dialógica. El sexto: Ética y estética de la existencia. Fotografía de un artista, parte de ver los últimos planteamientos de Michel Foucault al abordar la vida como una obra de arte, mediada por el ethos en el dominio y gobierno de sí mismo, en el que la libertad se convierte en la garante de dicha vida. El séptimo: Palabras finales: por una ética de la resistencia, recoge una breve postura final para nuestra época: ¿Cómo mantener nuestra libertad en la transformación de sí mismo por medio de una ética de la resistencia?

Por otra parte, es de destacar que el presente escrito descansa en su argumentación en una metodología que busca el ejercicio de una filosofía práctica, su estilo rompe en gran medida con la manera de abordar ciertas temáticas, es un diálogo vivenciado entre quien escribe y los filósofos con los cuales se involucra en torno a la problemática específica: la actitud filosófica y el sujeto moderno.

Por último, deseo agradecer a los distintos docentes de la Atlantic International University por sus observaciones y contribuciones sobre estos tópicos, al grupo Educar para Pensar, del grupo de Filosofía y Pedagogía del Instituto de Educación y Pedagogía de la Universidad del Valle, con los cuales vengo profundizando e intercambiando sobre esta temática y a los estudiantes de la primera promoción de la Especialización en Humanidades Contemporáneas de la Universidad Autónoma de Occidente de Santiago de Cali, por sus aportes a esta reflexión. No sin antes agradecer con todo mi afecto a mi esposa Ana Bolena Salamanca por su infinito amor y apoyo, a mis hijas Laura Fernanda y Ana Sofía pues a pesar de sus cortas edades supieron comprender este esfuerzo. A mi padres y hermanos por su apoyo incondicional.


PRIMERA PARTE


FILOSOFÍA Y ÉTICA


CAPÍTULO I


¿QUÉ ES LA FILOSOFÍA?


“Así, pues, no fue primordialmente el filósofo
y el mudo pasmo filosófico los que moldearon
el concepto y práctica de la contemplación y la
vita activa, sino más bien el homo faber disfrazado;
el hombre hacedor y fabricante, cuya tarea es violentar
a la naturaleza con el fin de construir un permanente hogar
para sí, fue persuadido a renunciar a la violencia y a toda actividad,
a dejar las cosas como son, y a buscar su hogar en la morada
contemplativa situada en la vecindad de lo imperecedero y eterno”.

Hannah Arendt. La condición humana (1993, p.329).

A. Existencia y filosofía

Según Deleuze-Guattari (1991), la filosofía es creación de conceptos. El filósofo los crea, no repite, no es un mero erudito, tantos hay en el mundo. Surgen dos preguntas a esta afirmación en relación con la actitud filosófica: ¿Cómo inicia la filosofía su recorrido en el mundo? ¿Cuál es su papel práctico? Cuando hablamos del filosofar, debemos expresar su importancia para la existencia humana, pues la filosofía nace como una necesidad del preguntar humano para sí mismo, no para otro contexto, es decir, es muy claro que la vitalidad de la filosofía obedece a las preocupaciones e inquisiciones que el hombre se ha planteado para sí mismo, para el mundo que ha construido y para la naturaleza que le rodea. ¿Cómo abordar estas preguntas desde otro ámbito? La filosofía irrumpe con su novedad y su carga conceptual, ella nace no sólo del asombro ante el orbe, ante el ecosistema, sino también desde otra mirada, la del filósofo, quien va más allá de la cotidianidad e invita a vivir de otra manera la existencia. Al respecto Danilo Cruz Vélez Filosofía sin supuestos (2001, p. 259), nos dice: “El campo que ellos eligen para comenzar a filosofar es casi siempre el que debe ser superado mediante la actitud filosófica”. Hablamos de actitud filosófica, cuando nos referimos a la disposición para el pensar desde la existencia humana hacia el filosofar. O sea, esta actitud filosófica, facilita filosofar la existencia y permite ver las cosas de otra forma, cuando superamos nuestra condición natural de estar en el mundo. Es decir, dirige su mirada hacia las cosas que ha de superar por medio del filosofar. O, como diría Werner Jaeger (1997, p.153), a través de una actitud espiritual que, para Platón, es el ejemplo de la verdadera praxis del filósofo.

Todo filosofar comienza su incierta y titánica labor preguntando por el hombre, por la vida, por las relaciones que los seres - humanos construyen entre sí. En este sentido, la pregunta filosófica es una pregunta terrenal y práctica, pero su desarrollo como respuesta - pregunta, descansa en otra mirada, la del filósofo, quien juzga (razona verdades) de manera novedosa lo que mira (ve) y conoce. Aristóteles en su Metafísica (1975, p.11), destaca la vista como el sentido privilegiado para conocer, pues el ver atentamente nos permite fijar la mirada en lo que vemos o intuimos, que viene de intueri y significa ver. Cruz Vélez (2001, p. 261). Ahora bien, ver, mirar y contemplar, a partir de una intuición sensible (aisthetá), se emprende desde el pensamiento la cosa pensada (noetá), develando en ella lo oculto, va más allá de lo inmediato, provoca una conmoción en el pensar y la cosa ya no es como se le veía antes. En este sentido, la existencia humana toma un nuevo rumbo, hay un cambio de actitud en el pensamiento, aspiramos a otra manera de ser y pensar. En el caso de Cruz Vélez (2001, p.267), de relación pragmática, de acción, de prãxis, de existencia filosófica. Cruz Vélez (2001, p.267) “Primariamente, lo que se da no es lo aísthetón – lo intuido -, ni lo noetón- lo pensado -, sino como dice Aristóteles, lo praktón – lo que hay que hacer. Sólo dentro del horizonte que abre lo praktón se hacen posibles la intuición y el pensamiento”. El filósofo se enfrenta ante aquello que cuestiona, trata de resolverlo, de ir allende lo evidente. Cruz Vélez (2001, pp. 267-268): “Lo anterior quiere decir que el hombre es originariamente un ser pragmático. Y, en realidad, dentro de este horizonte plantea Aristóteles el problema del hombre en la Ética Nicomaquea, que no es una ética en el sentido moderno del vocablo, sino una ontología de la existencia humana”. De la cual somos nuestros propios escultores o artistas.

El núcleo de la existencia filosófica o de la actitud filosófica es la acción, la prãxis, reflejadas en un estilo de vida propio. Me atrevo a decir que así nace la filosofía, en la búsqueda del sentido del ser-humano para con su existencia (ser arrojado al mundo), delimitada en un ámbito concreto. Una vida filosófica implica la máxima aspiración de la existencia: ser dueña de sí misma., cuyo fin es el bien supremo, regulado por principios éticos, que se constituyen a sí mismos (autárquicos).

En síntesis, la contemplación filosófica, está íntimamente ligada a un modo de vida, transformada en ética y estética de la existencia. Cruz Vélez (2001, p. 272). “¿Qué es lo que ha ocurrido aquí? Pues simplemente que un modo de la existencia humana se ha destacado sobre las demás como el más elevado y valioso”. El filósofo aspira a un modo de vida que va adelante de lo cotidiano; para ello precisa ver y contemplar (theooría) su propia existencia, para crear conceptos, pensamientos, que implican nuevos modos de vida en el quehacer (prágmata) humano. Es decir, poder proyectarnos en nuestro devenir-siendo. Esto último nos dice de manera directa lo siguiente: mientras más tengamos una existencia filosófica (actitud filosófica), más originaria será la relación de la filosofía en la vida de todo ser-humano, más utilidad (utensilio, si se quiere, como dice Cruz Vélez) le encontramos a la mano. En últimas, invitar hoy la filosofía a la calle.

B. La pregunta por la filosofía.

¿Es posible hablar hoy de filosofía? ¿Cuál es el papel que ha de asumir el filósofo en nuestro presente? ¿Hoy qué significa filosofar? ¿Qué le puede decir al transeúnte? Theodor Adorno Dialéctica negativa (1984, p.11) “¿Es aún posible la filosofía?” Cualquier empresa humana, comienza siempre por la pregunta. Aquella que nos formula el problema, a la vez nos abre la posibilidad de caminar y de construir lo que nos proponemos en la existencia. A veces la pregunta surge al principio, sin anuncio, a mitad de camino, cuando nos extraviamos en muchas ocasiones o, al final de todo recorrido reflexivo. La pregunta nos invita entrar o recibir lo otro, abre la puerta al mundo, objeto de nuestro preguntar, de nuestra intención, de nuestro deseo o saber (gusto). Es lo que hace el ejercicio del pensar filosófico. De hecho la pregunta nos sorprende al declinar la existencia, dejándola como legado que ha de ser tomada por aquel o aquellos interesados.

La pregunta se va gestando tempranamente en el devenir – siendo en lo humano, para ser concepto, es trajinada durante la vida y se convierte en el centro vital de nuestras preocupaciones, en el intento de querer ser lo que deseamos ser; es única, inconfundible, plasmada en el quehacer, en el comportamiento filosófico. Deleuze – Guattari ¿Qué es la filosofía?(1993, p.8) “La filosofía es el arte de formar, de inventar, de fabricar conceptos”. En este sentido, la obra filosófica en su intención, no deja de tener una pretensión de universalidad, el concepto es un fiel ejemplo de ello. El filósofo imprime voluntad y potencia para pensar el nacimiento del concepto, cual obra de arte, obligándolo a pensarse a sí mismo en la creación filosófica. Deleuze – Guattari (1993, p.13) “Conocerse a sí mismo – aprender a pensar - hacer como si nada se diese por descontado – asombrarse,<<asombrarse de que el ente sea>>…, estas determinaciones de la filosofía y muchas más componen actitudes interesantes, aunque resulten fatigosas a la larga, pero no constituyen una ocupación bien definida, una actividad precisa, ni siquiera desde una perspectiva pedagógica. Cabe considerar decisiva, por el contrario, esta definición de la filosofía: conocimiento mediante puros conceptos”.

Crear conceptos filosóficos significa saberlos construir en un plano o suelo que le dé firmeza y “existencia autónoma”. Deleuze – Guattari (1993, p.17). El “concepto no viene dado, es creado, hay que crearlo; no está formado, se plantea a sí mismo en sí mismo, autoposición”. Es autopoyético. Su riqueza radica en sus componentes, que le dan estructura y definición, lugar e importancia en el pensamiento, en el lenguaje como en su explicación. Es aquí que el concepto surge como una necesidad pedagógica para la pregunta en su comprensión y resolución. Al respecto nos dice Deleuze – Guattari (1993, p.22): “Pero incluso en filosofía sólo se crean conceptos en función de los problemas que se consideran mal vistos o mal planteados (pedagogía del concepto)”. La pedagogía entra a pensar el problema en sí, desde el concepto mismo, le da una salida comprensible y aterrizada en un modelo de pensamiento.

Veamos algunas características del concepto. Deleuze - Guattari (1993, pp.25-27):
1. Cada concepto se remite a otro en su historia y devenir actual.
2. Cada concepto está conformado por componentes, que son a su vez conceptos. Su estructura es una historia de conceptos.
3. El concepto no se crea a partir de la nada. Es fruto de múltiples encuentros de pensamientos.
4. Los componentes se vuelven inseparables y le dan consistencia al concepto.
5. El concepto expresa acontecimientos.
6. El concepto es un acto de pensamiento.

El concepto filosófico recoge el ambiente de la época, juega con ella, la diagnostica, la reactiva, asume la manera de orientarnos en el mundo. Deleuze – Guattari (1993, p.37) “El concepto es evidentemente conocimiento, pero conocimiento de uno mismo, y lo que conoce, es el acontecimiento puro, que no se confunde con el estado de cosas en el que se encarna. Deslindar siempre un acontecimiento de las cosas y de los seres es la tarea de la filosofía cuando crea conceptos, entidades”. Es una actitud filosófica.

La pregunta filosófica nace del acontecimiento y del deseo: ¿Qué tiene que ver el deseo con el amor al saber? El deseo es el acto filosófico en alcanzar lo fallido, lo perdido, lo que hace falta: la sabiduría, que no logra ser consumada. Filosofar tiene que ver con un acto vital, en relación con el saber, que es el amor, el deseo como movimiento hacia lo otro, presente y ausente en quien desea. Jean Francois Lyotard. ¿Por qué filosofar? (1996, p.81) “Quien desea ya tiene lo que le falta, de otro modo no lo desearía, y no lo tiene, no lo conoce, puesto que de otro modo lo desearía”. El ejercicio del filósofo consiste en develar en el presente aquello objeto de deseo o de gusto (saber) en el espíritu de una época. Es así que el deseo por el preguntar nos mueve hacia lo incierto del pensar, en lo que esta presente y ausente en el ahora.

La filosofía aún es vital, porque hay preguntas que siguen desgarrando la existencia humana en el mundo, porque seguimos preguntando por el sentido y significado de las viejas preguntas no resueltas por la humanidad, contrariamente de sufrir diversas matizaciones en el transcurrir de la historia. Preguntas acerca de la vida y de la muerte, hoy son el centro fundamental de todas las preocupaciones del hombre contemporáneo, a pesar de los desarrollos tecnológicos. Una sola epidemia de una enfermedad extraña, causa pánico al interior de las sociedades de comunicación. Los trabajos de Foucault, ilustran este desvelo de la cultura occidental (1981, 1985). El filósofo entra en escena ante el público que reclama lo ausente, a mi modo de ver ético – espiritual, cuando hay vacío, cansancio cultural y desorientación en un mundo cada vez más complejo y acelerado. La mejor forma de entablar la relación entre el filósofo y el público es por medio del lenguaje, la palabra, el diálogo, en la mejor disposición de ser escuchado. Si se escucha al filósofo, es porque se aspira a algo radicalmente nuevo para la vida, que busca transformarse a sí misma. El filósofo lo que hace es descubrir y liberar lo ausente, lo marginado, lo que ha estado ahí y no lo vemos y se constituye en acontecimiento cuando entra en nuestro pensamiento.

C. El pensar como un problema de aprendizaje filosófico

Surge la pregunta de Martín Heidegger para la filosofía y para el hombre contemporáneo: (1964) “¿Qué significa pensar?” A esta pregunta saltan otras en el camino: ¿Cómo nos orientamos en el pensar? ¿Qué sentido se desprende del pensar? Heidegger nos responde al inicio de la primera lección de su libro ¿Qué significa pensar? Nos dice que pensar es un asunto que tiene que ver con la actitud, como disposición. Heidegger (1964. p.9) “Para que nuestro intento sea coronado por el éxito, es menester que estemos dispuestos a aprender a pensar”. Una disposición abierta al mundo, al otro, manifestada a través de una toma de posición, facilita los procesos de aprendizaje, de pensamiento, de cultura. En Platón es constante en la educación del joven como futuro filósofo.

La disposición al pensar evita el olvido que hoy recorre a las sociedades de comunicación, afianza el recuerdo para evitar el error, fortalece la memoria que se piensa a sí misma. Pensar está mediado por el interés, que es lo interesante, el acontecimiento, el asombro y su gravedad que nos fuerza a filosofar. No sin antes mencionar lo que Heidegger nos dice acerca del pensar mismo y de la filosofía: Heidegger (1964, p. 11) “El que se dé muestras de interés por la filosofía no atestigua todavía nuestra disposición para pensar”. En la gravedad del interés, de aquello que nos afecta y transforma nuestra condición de ser, descansa la invitación al pensar, convertido en asunto de vida. Lo más complejo y difícil frente a lo grave, es saber cómo pensarlo o, lo que es mucho más preocupante, que todavía no lo pensemos, lo ignoremos u olvidemos. De ahí que el aprendizaje evita el olvido, afianza la memoria y nos prepara hacia lo incierto con relativa seguridad. Heidegger (1964, p.13) “Aprender significa: ajustar nuestro obrar y no-obrar a lo que se nos atribuye en cada caso como esencial”. Construyendo así un camino, una senda, un sentido, un significado, un signo, que nos orienta, se pronuncia y se descubre ante nuestra mirada humana. Heidegger (1964, p. 18) “El asunto del pensar no es nunca otra cosa sino esto: desconcertante y tanto más desconcertante cuanto más libres de prejuicios estemos de salir a su encuentro”. Esto precisa de un cambio radical en la existencia, tal como se señaló al principio; es el cambio hacia la existencia filosófica para pensar libremente y exige una pre y disposición para lo oculto, lo que está ahí, lo otro y que afecta por su gravedad el pensar.

La actitud de pensar perturba la condición del ser-humano en el mundo, es su esencia. Heidegger (1995, p.37) “Lo que es algo, como es, lo llamamos esencia. El origen de algo es la fuente de su esencia”. La necesidad de pensar la esencia del ser-humano, exige de un aprender y un caminar, ejercitado, familiarizado y estilizado en una actitud filosófica. En este sentido, la única forma de llegar a lo deseado es por medio del aprendizaje. Heidegger (1964, p.20) “Enseñar significa: dejar aprender”. Es una ascesis que el sujeto se da a sí mismo, piensa lo que perturba su aprendizaje y provoca en él una disposición, una inclinación hacia un gusto (saber) por aquello que lo perturba. El aprendizaje del pensar, se orienta al significado que da a entender tal cosa, como signo que recorre el pensamiento, designa y denomina. El significado es el devenir-siendo, el poner en camino el sentido del mundo, en busca de un habitar o morada ética. En el significar está el camino ético, la seguridad del saber - conocer, animado por el lenguaje, compartido por todos.

Ahora bien, pensar nuestra condición de ser-humano en el mundo, es pensar nuestra actualidad o presente, tema que han trajinado filósofos como Kant en su pregunta a la modernidad o a la Ilustración, bajo la mirada del signo que recorre una época. Hegel, con su implacable frase lapidaria de ser los hijos de un presente, del cual no podemos escapar. Marx, quien argumenta que la importancia de la filosofía consiste en transformar la realidad y no en especular acerca de ella. Nietzsche, quien nos dice que el filósofo es el que diagnostica nuestro momento como buen médico o, en el caso de Foucault, aquel que desde la filosofía hurga su presente. Es decir, la tarea del filósofo es pensar su realidad, su actualidad de manera radicalmente novedosa. En esto radica su importancia para el momento. Heidegger (1964, p.30) “A la pregunta qué es aquello gravísimo, respondemos con la afirmación: lo gravísimo en nuestra época grave es que todavía no pensamos”. La gravedad del mundo de las comunicaciones y en gran medida de la educación, radica en dos aspectos fundamentales: el primero, una excesiva infantilización de lo que se piensa y el segundo, una saturación de conocimiento de orden comunicativo, mas no de pensamiento, de reflexión y creatividad. Es decir, asistimos a una monótona idea racionalista de la repetición, que viene afectando el pensar no sólo de los filósofos sino de los otros saberes específicos, como las humanidades. Vale la pena citar las palabras de Cornelius Castoriadis al respecto Figuras de lo pensable: (2002, p.105) “Existe, pues, este agotamiento de la imaginación y del imaginario en los dominios de la filosofía y de la ciencia, y de un modo manifiesto existe el agotamiento de la imaginación y del imaginario político”. Es pues, que, pensar nuestra época es repensarla, en el sentido de hacer emerger lo velado que pensamos y poder así pensarlo. Como dice Foucault: pensar lo impensable y no lo evidente. La gravedad del pensar radica en no pensar lo otro como posibilidad. Pues representar lo que está delante de sí, precisa percibirse a sí mismo, explicarse, conocerse, desplegar una disposición hacia lo que está delante de sí, que me afecta y afecto. Por lo tanto, pensar es estar abiertos para sí mismos y para el mundo, para lo indeterminado y para lo que está delante de sí, muchas veces ignorado a pesar de convivir a nuestro lado.

Finalmente, la fuerza del pensar radica en su propia verdad develada y puesta en público, gracias al amor que se le profesa como saber, como sabiduría, que se pretende alcanzar en su significación a través del acto de la existencia-humana como praxis, despertando el ánimo y la disposición para aprender, escuchar, estar atentos y alerta en lo humano. Heidegger (1964, p.30) “El aprender a escuchar es un asunto en común entre el que aprende y el que enseña”. Es una cuestión de vida práctica, de comunidad, de hospitalidad, en la cual la mirada se desplaza hacia quien enseña, a la vez que hacia quien es educado. Es hablar de la ética en una existencia filosófica, entendida como actitud o disposición; es el ethos, la morada, el hogar, el refugio, el cual hacemos acogedor, hospitalario y placentero para el otro, hay gusto (saber) en recibir y ser recibido, cuando desplazamos la mirada y escuchamos atentamente al otro. Es una razón para incluirlo responsablemente en mi horizonte de vida cuando entablamos una sincera amistad, objeto de preocupación de filósofos como Aranguren.

D. Filosofía y ética: una mirada desde José Luis Aranguren

La ética es la morada, el hogar donde nos albergamos y afirmamos como lo que somos, o lo que el ser es como verdad, que se piensa a sí mismo. Si se quiere, el lugar en el que nos gobernamos, somos dueños de nuestro destino. Modernamente el sujeto autónomo con un radical proyecto de vida, transformado en un estilo de vida propio, llevado a cabo por medio de una actitud, como disposición o estado de ánimo para pensarse a sí mismo en una época determinada.

Todo acto de pensamiento se encuentra antecedido por una postura ética que nos permite dar vía libre al deseo de pensar. En nuestro caso, amar el saber. Este deseo, como actitud, vendría a ser un ethos, del cual brotan las maneras de ser, los actos humanos. La ética es la moral pensada, el suelo o fundamento de lo que somos, reflejado en un carácter que va dejando un talante particular, manifestado en un estilo de vida cultivado a lo largo de la existencia. Aristóteles (1987). Esto significa, una posición de vida como modo de ser, el cual modificamos constantemente, pues somos los escultores, la afirmamos continuamente desde los sentimientos, el carácter, los hábitos, las costumbres, que nos diferencian de los otros. En síntesis, el ethos de cada ser- humano. Tenemos así, un ser – humano que vive de acuerdo consigo sí mismo, de conformidad a su ethos como disposición o actitud de vida.

Si miramos nuestro interior y realizamos un ejercicio arqueológico del ethos, nos encontramos con una visión de vida particular que busca realizarse y proyectarse en el orbe del otro, previo reconocimiento, es decir, darnos a conocer como seres existentes en el mundo. Esta interioridad construye una ética que se piensa a sí misma, en consonancia con una ethica utens (moral vivida), Aranguren (1994). En esencia, revela la manera de ser de quienes, a través de sus diversas acciones, demuestran ciertos comportamientos o conductas ante los demás. O sea, revela unas intenciones que destacan el sentido moral de la vida de un determinado sujeto. En consecuencia, aspiramos a ser en el mundo, inscritos en grupos con intereses específicos, en comunidades, en sociedades; única forma de ser valorado ante la mirada del otro. No sin antes mencionar que este afán de proyección y realización no borra el principio de libertad del sujeto, dado en una actitud o postura ética; conservando la libertad de pensamiento, de dominio y gobierno de sí mismo, que no queda reducido a un simple conflictivo deber- ser o contrato social.

La ética es asunto de la condición humana; concretamente vivir en el mundo en la constitución de un entorno seguro, de una morada confiable. Implica habituarse a unas reglas, a unos compromisos, a unas responsabilidades, a unas elecciones, a unas decisiones sobre aspectos primordiales que inciden en los comportamientos. Esto último permite justificar los actos. Al preferir, se genera una disposición actitudinal en las razones de aquello que se prefiere libremente. Lo preferido, situado en el mundo, es lo bueno, fin último de todo actuar. En cierta forma permite al ser-humano conducirse y hacer lo correcto como virtud, como bien, como justo. Esta manera de ser justo, influye poderosamente en la disposición, según la vitalidad y temple, que permiten decidir sobre determinado aspecto del quehacer humano, en el cual se despliega la condición de ser en el mundo desde una postura ética. En esta dirección, el ethos como actitud tiene su asiento en la naturaleza humana, se piensa a sí misma, se configura y reafirma en su praxis, configurada en un estilo de vida. Aranguren Ética (1994, p.55) “Toda teoría envuelve una toma de posición y está sustentada por un êthos y, recíprocamente, a través de la ocupación teorética se define y traza una personalidad”.

Pensarse a sí mismo, ser su propio autolegislador, define una actitud ética de vida. Aranguren (1994, p.56) “La filosofía, en su vertiente ética, realiza la síntesis de conocimiento y existencia, tiende constitutivamente a la realización”. No hay duda de que estamos hablando de una actitud filosófica, tal como se expresó al inicio de este escrito, marcando un estilo propio de vivir en nuestra época contemporánea, caracterizada por una profunda sensibilidad hacia lo otro, mirado desde el acto de injusticia que se comete hacia él, en la manera de convivir, ante todo en el respeto que despierta nuestro entorno natural, entendido como nuestro hogar (ethos). Aranguren (1994, p. 56) “La moral consiste no sólo en el ser haciendo mi vida, sino también – y esta es la vertiente que ahora estamos examinando – en la vida tal como queda hecha: en la incorporación o apropiación de la posibilidades realizadas. La moral resulta ser así algo físicamente real o, como decía Aristóteles, una segunda naturaleza. Tal es el sentido fuerte, el sentido pleno de los vocablos que clásicamente ha empleado la ética; êthos, mos, héxis, habitus y habitudo, areté, virtus, vitium”. En el estilo de vida, se da lo que uno es y ante sí mismo y ante los demás como diferencia. La ética piensa lo que soy en estrecha relación con lo que hago. En palabras muy de moda: un saber-hacer. En el ethos el sujeto se pinta a sí mismo, es el maestro de su condición humana, en un plano estético en el que lo político juega un papel central entre hombres verdaderamente libres.

En la actitud filosófica nos encontramos con un sujeto que se inventa permanentemente en la constitución de su sentido de vida, reflejado en un diario vivir. Es así como la ética piensa la verdad del sujeto en el mundo, en su condición de existencia particular, en la búsqueda de perfección, en un contexto real de vida, de cultura, de sociedad, entre otras. Única forma de poner en evidencia todos los fines e intenciones ante el mundo, de aquel implicado moralmente ante situaciones concretas que van a definir su talante particular a través de una actitud ética. Aranguren (1994, p. 89) “El descubrimiento de la verdad está condicionado por nuestra actitud moral como lo está asimismo, según he demostrado en otro lugar, por nuestra disposición psicológica y antropológica, por nuestro <<talante>>”. De nuevo Aranguren (1994, p.104) “Entendemos por actitud ética el esfuerzo activo del hombre por ser justo, por implantar justicia”. Esto último en relación con la verdad, exige un compromiso de sí mismo para su efectiva realización, en aquel que se basta a sí mismo, en su propia autoridad y rinde cuentas ante sí mismo. Por otra parte, conocerse, cuidarse y gobernarse a sí mismo es en definitiva, en correspondencia a la verdad y al creer, parte de la naturaleza humana, pues la creencia de que somos, es mucho más consistente que la elaboración de una idea puesta en entredicho por todos en momentos de crisis o de confrontación racional. El creer que somos, nos permite transitar con cierta calma en el mundo. El ethos accede a esta facilidad de aflorar nuestro creer y desplegarnos en el devenir-siendo con los demás. Un ethos sin una firme creencia en sí, entendida como estado disposicional aprehendido, no podríamos constituirlo y diferenciarlo de otros saberes que estimulan a actuar en una realidad concreta. En palabras de Victoria Camps Paradojas del individualismo (1999, pp.72-73) “Puesto que, por otra parte, la moral no parece ser una y la misma para todos, sino distinta en cada caso, es complicado demostrar su racionalidad. La respuesta al primer problema –la incoherencia entre la teoría y la práctica- sólo es viable si atendemos al hecho de que la creencia no es más que un <<estado disposicional>>, teniendo en cuenta, además, que <<el paso de la disposición a la acción requiere de factores suplementarios>>, como son la intención y las emociones, o, en suma, la voluntad de hacer lo que se debe hacer: el problema eterno de la moral. En cuanto al segundo problema habría que volver a la tesis de Wittgenstein: entre la razones que suelen darse para justificar las creencias debe haber unas <<razones básicas>> en las cuales se detiene el proceso de buscar razones que, de lo contrario, sería interminable”. Es lo que nos hace moralmente humanos.

La actitud ética aboca un ser-humano ordenado en su existencia, llevada a cabo como proyecto de vida, requiere de una auténtica transformación para transformar lo otro. En nuestro caso lo público, permitiendo así un sentido, un significado y realización en el mundo. Es así como la ética concentra su interés en examinar los actos morales que lleva a cabo todo ser - humano, sus reglas de vida, de costumbre. En esta dirección, el ethos se adquiere gracias al carácter, dado por hábito, en un ser posesionado de su segunda naturaleza. En el ethos se da la disposición, la actitud de constituirse a sí mismo en la formulación de una postura o toma de posición, no sólo para consigo mismo, sino para con los demás, en lo que sería el logro de una voluntad justa. En consecuencia, la disposición circula en función del acto, en nuestro caso, del carácter que poseemos, del modo o manera de ser de instalarnos en una realidad concreta. Aranguren (1994, p.140) “El êthos o carácter moral, consiste en todo aquello que hemos retenido y nos hemos apropiado en cuanto a nuestro modo de ser toca, viviendo”. Dándole forma a nuestra manera de ser, nos impulsa a una elaboración más refinada de la existencia en el marco de la estética, invita a asumir actos libres en la manera de obrar sobre sí mismo.

El ethos da el rasgo particular de cada quien, principio de morada única, es el taller del cual utilizamos diversas herramientas en procura de un mejor vivir, evitando la atomización en el transcurso del existir, proporciona unidad a la vida, ayuda a elegir el sentido y significado de los propósitos que anhelamos, a través de los hábitos que nos develan ante la mirada del otro tal cual somos, nos prepara en las intenciones para forjar un proyecto de vida abierto, en un tiempo limitado. En este tiempo, nos realizamos como seres-humanos, no sólo biológicos, sino en el amplio sentido que merece la palabra humano, en la consecución de un bien moral práctico y no abstracto. En consecuencia, nos realizamos a sí mismos, a medida que nos apropiamos del mundo, e interactuamos con los demás y nos definimos ante sí y ante el otro acorde con nuestra naturaleza pensada. En síntesis, el ethos es la afirmación de la vida que trasciende la finitud biológica y se plasma como obra de arte, para quien la asume y se alimenta tanto de su mundo interno como externo en el que se constituye. Ante todo, porque sabemos comunicarnos como experiencia ante el otro, haciéndolo parte esencial de mi horizonte de vida, al abrirnos y al proyectarnos, para así apropiarnos e incorporar lo propio y valioso de la cultura humana.

La actitud ha de ser parte de la naturaleza humana, es activa, es fuerza ligada al talante, como aquello que se siente y se piensa en un estilo de vida propio, determinado por los gustos, los placeres, las formas de vestirse, entre otros, acogida y determinada por el espíritu de la época que se vive. Aranguren (1994, p.217) “Páthos y êthos, talante y carácter, son, pues, conceptos correlativos. Si páthos o talante es el modo de enfrentarse, por naturaleza, con la realidad, êthos o carácter es el modo de enfrentarse, por hábito, con esa misma realidad. Si el páthos es, en definitiva, <<naturaleza>> (entiéndase esta afirmación con todas las reservas que supone lo arriba dicho), el êthos es <<segunda naturaleza>>, modo de ser no emocionalmente dado, sino racional y voluntariamente logrado”. La importancia del talante para el ethos radica en su fuerza, pues todo ser parte de su condición de cómo es, de su estado de ánimo que le lleva a asumir una disposición erótica, una actitud, o postura ante lo que desea o falta en el logro de su saber (gusto), para imprimir la forma (estética) que busca en una realidad definida.

Por lo tanto, el ethos determina la capacidad de poder, de decidir, de asumir posturas ante el contexto en el cual nos desenvolvemos, ligado al principio de libertad de cada quien, en la consecución de un proyecto de vida abierto. Esta libertad ética se daría por la decisión, la valoración, la opción, la intención, transformadas en una praxis, en una acción, ajustada en un mundo de posibilidades, en estilos de vida caracterizados por sus posturas disensuales por quienes las asumen ante la mirada del otro. Esta libertad involucra conocerse y ser dueño de sí mismo; modernamente ser autónomos, no sólo en las formas de pensar sino de actuar. En suma, nos lleva a formular una ética nacida en la naturaleza humana, proyectada al mundo de manera sentida y razonada, que se piensa a sí misma como actitud filosófica. Es el hombre cuyo ethos realiza por medio de un hacer, en relación con una verdad íntima, dirigida y confrontada socialmente, entendida como una moral vivida (ethica utens).

E. Ethos.

Mirar el pasado permite repensar el presente, en especial lo que somos, lo que significamos como seres finitos en el universo. Este mirar vuelve a lo básico, a lo obvio, que con el tiempo se torna difuso, atrapado en un mar de abstracciones, cubriendo con un manto nebuloso nuestra manera de ser, el ethos, la morada, sitio único de libertad. Juliana González El ethos, destino del hombre (1997, p.10) “El sentido de “habitar” o “morar” está ciertamente entrañado en el ethos humano: remite a la idea esencial de “morada interior”. El ethos es “lugar” humano de “seguridad” existencial (autarquía). Aunque también lo significativo es que se trate de un lugar acostumbrado, habitual, familiar. De ahí que ethos signifique también costumbre, uso”. El ethos es el sitio en el cual somos nuestros propios jueces y gobernantes, nos damos nuestras leyes y dictamos las maneras de comportarnos. Es decir, kantianamente, somos nuestros propios legisladores. Con el ethos, asumido como morada le permitimos entrar afectuosamente a la sala del hogar al más allegado, le atendemos hospitalariamente, con esmero, dedicación y entrega cuando hablamos de amistad y amor. De ahí el profundo dolor cuando se sufre un engaño o traición en una relación de esta naturaleza, pues hemos permitido dejar entrar al recinto de la morada a aquel que consideramos de nuestra entera confianza, con el cual podemos compartir deseos, maneras de pensar y de vivir en común. Entendido así, el ethos se vuelve el sitio más sagrado para el ser – humano, al cual habitualmente revisamos, preservamos y damos forma en el transcurso de la vida, generando un hábito, una disposición, un modo de ser. Esto nos permite dar consistencia a la existencia, tal como lo señala Juliana González; a mi modo de ver reflejada en un estilo de vida pulido y elaborado como estética de la existencia. Esta disposición o actitud es una toma de postura ante sí mismo y ante el mundo, una manera de posicionarnos y diferenciarnos particularmente ante la mirada del otro. Juliana González (1997, p.10) “En tanto que disposición o actitud es forma de estar ante el mundo, ante los otros: forma de relación (de ‘recibir’ y ‘dar’)”. La actitud revela la condición de todo ser-humano ante el otro, su modo o su forma de ser, como lo argumenta Aranguren en sus trabajos sobre ética. Juliana González (1997, p.11) “El ethos sin duda lleva la idea de estabilidad, consistencia, persistencia, fidelidad a sí mismo e ‘identidad’ temporal”. Permite pensarse a sí mismo, crear nuevas posibilidades de vida, en una dinámica del obrar, evitando caer prisionero en una especie de conservadurismo de la conducta, viendo la vida como obra de arte. Al respecto dice Juliana González (1997, p.11): “Consiste él mismo en un perpetuo emerger desde sí mismo; es ‘arte’ moral, y como todo arte, obra de esfuerzo continuado, ‘disciplina’, perseverancia. Es una ‘practica’ cotidiana como la de cualquier artista. Tiene la ‘naturalidad’ del arte auténtico”. Todo esfuerzo ético se caracteriza por destacarnos como los escultores de nuestra existencia; para que la obra al final quede mal, regular o bien, depende de múltiples factores tanto externos como internos, especialmente en este último aspecto. Al ser los escultores, procuramos dejar ante los demás un resultado que pueda ser valorado altamente en el recuerdo o memoria de los allegados o para el conjunto de la humanidad. Procuramos perdurar en el tiempo.

El ser que cuida de sí mismo vela por lo humano, por la esencia del ser-humano, de lo que él es en su naturaleza ante el mundo, dando razón de lo contemplado. No es gratuita la reflexión de Platón (1979), al decirnos que el hombre es el único entre los animales que se le puede llamar contemplador de lo que ha visto y da razón de ello. Análogamente Platón (1979): es aquel que se explica a sí mismo al contemplarse como realidad, al mirar su morada, al examinarla, al conocerla desde el alma, que se detiene (permanencia) sobre la cosa pensada. Pensar la cosa, lo humano, es conocerse a sí mismo, al contemplarse y al contemplar al otro como espejo, manifiesta la esencia de lo que el hombre es a través del ethos como actitud, cuya capacidad de disposición de orden filosófico, demuestra su autenticidad mundana. Para Juliana González (1997) implica ir más allá de lo biológico, para así asumir la tarea de pensar el ser; en este caso el ser de lo humano.

El ser-humano es devenir-siendo, configurado en su biografía, en su historia particular, proyectada y articulada en la humanidad. Ante todo el ser en lo humano es el presente, la época, el sentimiento o signo que le recorre y se diagnostica a sí mismo, en el sentido de pertenencia a dicho momento, cargado con todas las preguntas y complejidades que de él se desprenden. Esto implica, transformarse y transformar el presente, en constante atención de lo que puede vivir a partir de la construcción de formas (estéticas), fundamentales para presentarse ante la mirada del otro de manera particular. Es un presente que constantemente se renueva a sí mismo (autopoyético), se conserva en una memoria pedagógica y cultiva sus logros, no sólo en la ciencia y la política, sino también en campos como la libertad, la belleza, la justicia, la verdad, la educación, entre otras. De ahí que el ser-humano no deje de ser un eterno interpretante de su condición y del presente, valorado con la mirada de una actitud ética en la manera de abrirse significativamente al mundo, para ser reconocido en sus intenciones. Esta disposición ética, en esencia es, según Juliana González, el daimón, la conciencia interior, la voz que pronuncia el sí o el no, en un estado de catharsis, de purificación, de liberación de prejuicios y de ignorancias, para así poder ir al encuentro del otro, al cual debemos respeto, solidaridad, convivencia y disenso.

Lo que pretende el ethos es un sujeto dueño de su realidad. De hecho, se plantea con esta pretensión romper con la dependencia e instrumentalización hacia el objeto, falso principio de libertad y de calidad humana. Tal como lo plantea Erich Fromm en Tener o Ser (1998): el hombre moderno se encuentra atrapado por una obsesiva mirada y manipulación de tener objetos, como si ello garantizara plenamente la libertad y la felicidad. Entre más nos entregamos al objeto, más nos alejamos de sí mismos, más conflictivos somos, olvidándonos radicalmente de nuestra condición de ser que para Fromm, en una apreciación humanista, postula vitalmente el principio de amor, placer y comunión con los demás. No quiere decir abstraernos de unas realidades cargadas de profundas insatisfacciones, desigualdades, injusticias, en las que el ejercicio del saber y del poder juega un papel determinante en la vida de todos los seres-humanos contemporáneos y afectan sus condiciones de vida de modo específico. En esta dirección, conocerse a sí mismo significa conocer al otro en una ética social, en hombres que anhelan una democracia y libertad, que asumen responsable y hospitalariamente a aquellos que lo merecen, en especial los que están en condiciones de vida desfavorable.

La ética se transforma en una forma de vivir la existencia reflexivamente, fundamentada en un infatigable interrogar y descubrimiento del interior de sí mismo, reflejada en todos los órdenes de nuestro hacer, ya sea amoroso, doméstico, cultural, profesional, político, económico, social, en fin. Por lo tanto, es algo infinito, muchas veces indeterminado, llevándonos a situaciones tan complejas de no poder lograr dicha empresa de conocernos y de conocer al otro, ni siquiera después de la muerte. Aristotélicamente, somos inacabados, pero inmanentes, dinámicos, en permanente movimiento en un devenir-siendo. En esto radica la definición de lo que es la naturaleza del ethos, en el conocimiento del carácter del alma humana. Al respecto los filósofos Leo Strauss y Joseph Cropsey Historia de la filosofía política (1996. p.14) dicen: “Parece ser que la palabra griega que designa la naturaleza (physis) significa, básicamente, ‘crecimiento’ y, por tanto, asimismo, aquello en que una cosa se convierte al crecer, el término del crecimiento, el carácter que tiene una cosa cuando su crecimiento está completo, cuando puede hacer lo que sólo la cosa plenamente desarrollada de la índole en cuestión puede hacer o hace bien. Cosas como zapatos o sillas no ‘crecen’ sino que son ‘hechas’: no son de ‘naturaleza’ sino de ‘arte’. Por otra parte, hay cosas que son ‘por naturaleza’ sin haber ‘crecido’ y hasta sin haber nacido de alguna manera. Se dice que son ‘de naturaleza’ porque no fueron hechas y porque son ‘las cosas primeras’, de las cuales o a través de las cuales han surgido todas las otras cosas naturales. Los átomos a los que el filósofo Demócrito lo remite todo son de naturaleza en este último sentido”. El ethos lo que hace es posibilitar la realización del ser-humano en su condición de existir, posesionándose en una vida puesta en común, la cual nos interesa como verdad. En otras palabras, es una actitud de vida, filosóficamente ligada al sentir y al pensar existencial en una especie de libertad moral. Juliana González (1997, p.65) plantea: “Esta radical conversión es, ciertamente, la libertad moral. Por ella ocurre que el hombre se libera también a lo otro y a los otros de su propia dependencia, de su necesidad y posesividad, creando entonces, y sólo entonces, nuevas formas de relación basadas justamente en la libertad”. Libertad moral, que ha de permitir fluidez y transparencia en diálogo con el otro, permite sentar bases correctas para un mejor convivir en medio del disenso democrático, para un mundo que pone a prueba dicho ethos. De nuevo Juliana González (1997, p. 68) “En el ethos encuentra el hombre socrático, la seguridad existencial, la fuerza, la firmeza que le faltan originariamente en su propio ser, por naturaleza inseguro, vulnerable, ‘infirme’, contingente y finito. El ethos es, en efecto –como ya se veía en Heráclito- ‘la morada’ del hombre, su vida propia, su genuina propiedad, la tierra firme en que apoya su frágil y precaria condición”. Finalmente, es aquí, en este refugio natural, que el hombre es autosuficiente.

F. Algunas consideraciones finales

Hacer de la “experiencia filosófica” una práctica de vida, es la esencia de todo aquel que desea vivir, no sólo una filosofía espiritual sino también saber vivirla acorde con unos preceptos de orden ético. Considero altamente sospechosa una filosofía hiper especializada, técnica, rayando en un discurso científico en sus relaciones con los diversos campos del conocimiento contemporáneo; a no ser que lo que ella pretenda sea un diálogo, una reflexión que afectan el comportamiento no sólo del hombre sino de comunidades o de sociedades. En este sentido no concibo una filosofía atrapada en el juego de un conocimiento de carácter científico. El trabajo del filósofo y de la filosofía es mucho más modesto.

La labor del filósofo en la vida, ante todo, busca una ética sencilla y sin mayor complicación; es decir, amparada en la tranquilidad espiritual, en el conocimiento de sí mismo, lo cual exige un compromiso para con los demás. Es así como se formula un modo de vida particular de quien lo asume desde un estilo, aceptado en algunas ocasiones por otros interesados por esta forma de vida; la cual va a determinar nuestro discurso y acción cotidianos.

En consonancia, quien asume una actitud filosófica como un modo de vida, es aquel que indaga por su condición de ser, que lucha por conocer, no sólo su realidad sino el mundo a través de una postura ética. Es así que philo, es una disposición que provoca un interés, un placer, una razón de vivir, en la consagración a una actividad específica, tal como lo señala Pierre Hadot. ¿Qué es la filosofía antigua? (2000). En síntesis, hay un afán por el saber, ligado ontológicamente a la clásica pregunta: ¿Quién soy?

La actitud filosófica se encuentra unida al mismo nacimiento de la filosofía, la cual es un amor al saber, al conocer, a la indagación, a la adquisión de experiencia. Es un interés por el conocimiento de sí mismo. En esta dirección, aquel que se proponga cultivar esta disposición, puede perfectamente lograr un forma de vida acorde con el saber de orden filosófico. La actitud filosófica vendría a ser el cultivo esmerado y complejo de sí mismo, en un saber-hacer el bien; manifestado en los diversos discursos filosóficos, ejemplificado en la figura de Sócrates. Es así que la actitud filosófica se contiene en el ethos de aquel interesado por esta postura ante el mundo; esto implica un saber-pensar, en la búsqueda de sentido de las acciones humanas.

La filosofía asumida en un estilo de vida se encuentra ligada a un cierto discurso que la caracteriza en su singularidad en el hacer del filósofo. Discurso que pretende la interrogación, la indagación por lo que se sabe y por lo que se hace. Es decir, de aquel que ha hecho el ejercicio de conocerse, de cuidarse, de dominarse y de gobernarse a sí mismo, sin ningún a priori que le impida ser lo que tiene que ser a partir de sí mismo; en su propia invención, en su libertad, por medio de un saber-hacer. Por lo tanto, al descubrirse esta condición de vida surge el cuestionamiento de cualquier situación limitante de la existencia; invitando a tomar conciencia de sí, en una manera de ser particular. Saber – vivir a la luz del examen permanente de sí mismo, precisa de la elaboración de una actitud filosófica, en la procura de pensar los asuntos más inmediatos y complejos en que nos desenvolvemos a través de su saber especial: la filosofía; en el que la educación y el diálogo van a jugar una papel clave en la transformación de sí mismo por medio de una ascesis ética, la cual se da como experiencia de orden filosófico, en la conversión y afirmación de sí mismo en una vida terrenal.

La filosofía es una elección existencial, sin decir que es una opción existencialista, la cual se convierte en una terapia para quien la asume en lo que sería una filosofía vivida, regulada por una postura ética. Ante todo el papel de la filosofía y del filósofo ante la humanidad se constituyen en mediadores, terciados por una actitud filosófica, tal como lo vemos en Kant con su principio de autonomía y su imperativo categórico, reflejado en su estilo de vida, Kierkegaard en su radical modo de vida individual signado en una existencia desgarrada ante el mundo, Husserl con la idea del filósofo funcionario de la humanidad, Sartre con su proyecto de vida liberador, Lévinas quien asume la responsabilidad del otro al cruzarse en mi horizonte de vida, Habermas entregado y convencido del diálogo entre actores ilustrados y Foucault quien replantea las formas de vivir frente al saber y al poder en el afán de una libertad de sí mismo. En síntesis, quienes se ocupan así de la filosofía la llevan en un estilo de vida reflejada en la postura del filósofo.

 

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